UN INFORME DEL BANCO MUNDIAL destacaba que la adquisición de poder económico por parte de las mujeres es esencial para el desarrollo, el crecimiento económico y la reducción de la pobreza, no sólo por los ingresos que genera sino porque ayuda a romper el círculo vicioso de la pobreza.
Las niñas deben llenar las escuelas, los colegios y las universidades por razones económicas y no sólo de feminismo igualitario que tanto perturba a muchos. Máxime en la secundaria, donde toman fuerza las desigualdades tanto en aprendizaje como en obtención de ingresos. Cada año extra de escolaridad de las niñas aumenta sus salarios de un 10 a un 20%, incrementa la productividad agrícola y reduce la tasa de fertilidad y la desnutrición.El reporte Girls’ Education in the 21st Century muestra que un año de escolarización para las niñas reduce la mortalidad infantil de un 5 a un 10% y que los niños de madres con educación primaria completa tienen un 40% más de probabilidad de vivir más allá de los cinco años de edad. Los beneficiarios de una política educativa de ese calibre somos también los propios hombres. Aunque ya se sabía que el liderazgo de la mujer en programas sociales es un tema de resultados y no sólo de principios, lo nuevo es descubrir la potencialidad de la educación femenina cuando se robustece tanto su oferta como su demanda. Investigadores como Christian Gruenberg también demuestran el rol que puede jugar la mujer contra la corrupción y el clientelismo en las políticas sociales.
Según la Cepal, para el 75% de los líderes de opinión de América Latina, la paridad de género en política fortalece la democracia. Pero no sólo en el nivel de lo subjetivo sino en el campo de los indicadores objetivos, es fácil demostrar que una sociedad que excluye a la mujer está llamada a permanecer en la opresión. No es una coincidencia que el machismo esté fuertemente asociado al autoritarismo y a formas muy primarias de una sociedad patriarcal y subdesarrollada. Las exhibiciones de testosterona en la esfera política llevan con frecuencia a la ruptura con los valores democráticos. O a la violación de todos los derechos como lo ha hecho cobardemente la guerrilla con las niñas y mujeres en sus filas.
En época de elecciones, bien convendría a los encuestadores y a los candidatos explorar qué piensa la mujer colombiana del siglo XXI sobre violencia de género, política salarial, discriminación, conciliación de la vida laboral y familiar, etc. Su voz y deseos de participación apenas comienzan a ser tenidos en cuenta. Allí se demostraría que valores éticos como la tolerancia, la equidad, la transparencia y la rendición de cuentas son claves para superar una crisis de autoridad que —según la revista Time— hoy afecta globalmente sobre todo a las instituciones políticas.
Decía la ex presidenta Bachelet que “cuando una mujer entra en política cambia la mujer, pero cuando muchas mujeres entran en política, cambia la política”. Carezco de objetividad por ser padre de dos niñas, pero espero que esta contienda electoral se cope de participación femenina, no sólo por el lujo de tener una candidata presidencial y dos candidatas a la vicepresidencia, sino por las nuevas dirigentes de las otras campañas que deben pasar al mando de una sociedad que le sigue temiendo a que la igualdad deje de ser un artículo inofensivo de la Constitución.
Fernando Carrillo Flórez - BANCO MUNDIAL Y POBREZA
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