Amig@s, comparto esta amena e interesante experiencia masculina, sobre el aprendizaje de la Equidad de Género, en un entorno femenino Matriarcal…
Disfruten de este relato que nos comparte nuestro amigo Enrique Doongham @edoongham
“Yo aprendí lo mismo a arreglar un motor que a coserme un botón, lavar los platos, hacer la colada, jugar al
futbol o incluso aprenderme las viejas fórmulas de los brebajes…”
En un entorno de reivindicación del "hecho femenino" parecería que mi historia desencaja completamente de sus postulados, pero en el espacio de mi querida amiga Ana, abierto a mujeres y hombres que buscan la equidad, mi pequeña experiencia es una espiga más en medio del trigal.
Comenzaré situándome en el espacio y tiempo: Escocia, finales de los cincuenta; nacido en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, de padre español, diplomático, y madre escocesa, profesora mercantil.
Ya mi nacimiento en un lugar de tránsito entre dos mundos iba a enmarcar la convivencia en mí de dos culturas, dos formas de ser, dos memorias históricas y, en definitiva, dos filosofías vitales que, a la postre, dejaron de ser dos y se transformaron en una sola unidad: YO.
Ya mi nacimiento en un lugar de tránsito entre dos mundos iba a enmarcar la convivencia en mí de dos culturas, dos formas de ser, dos memorias históricas y, en definitiva, dos filosofías vitales que, a la postre, dejaron de ser dos y se transformaron en una sola unidad: YO.
Esa dualidad transformada en unidad dio sus primeros pasos en una Escocia y en un entorno familiar donde el matriarcado aún conservaba, y conserva por voluntad de todos nosotros, los principios de autoridad, educación y respeto que habían venido rigiendo la vida de nuestro clan.
Mis recuerdos vuelan a los bosques y colinas onduladas de las tierras de Aberdeenshire, a un conjunto de casas apiñadas entre sí para conservar el calor y la unidad de acción, en un intento frustrado de rememorar lo que hacía mucho tiempo fue un castillo y sus dependencias, arrasados tras la batalla de Culloden, en el intento inglés de quebrar el orgullo de los highlanders. Les quitaron todo a mis antepasados, tierras, honor, tradiciones públicas y signos de identidad. Pero no pudieron doblegar los principios de lealtad, fidelidad, unidad y tradición privada.
Esos principios eran encarnados por las mujeres del clan, que los conservaron intactos a lo largo de los años y que me fueron inculcados en mi niñez, y que hago gala, a mi vez, de conservarlos para mis descendientes.
Efectivamente, la tradición familiar observaba escrupulosamente que los niños y niñas, y aun adolescentes hasta los quince años, fueran educados por las damas Doongham bajo el estricto manto de un matriarcado, donde las reglas digamos habituales en otros entornos no tenían la más mínima posibilidad: eran las mujeres del clan las que mandaban, organizaban, decidían y administraban, lo que había que hacerse, los asuntos cotidianos, la convivencia diaria, las relaciones familiares y las tareas domésticas, aparte de inculcar a los niños los principios de obediencia, compañerismo, respeto y todo aquello que no estaba en los libros y que solo podía ser transmitido por tradición oral.
Y de esa manera me crié: absorbiendo como una esponja que cada uno tenía un papel en el clan, independientemente de su género, edad, condición y posición. Las tareas cotidianas eran repartidas, no había distinción entre niños y niñas (como tampoco entre los primos y primas mayores, tíos y tías, y hasta abuelo y abuela). Yo aprendí lo mismo a arreglar un motor que a coserme un botón, lavar los platos, hacer la colada, jugar al futbol o incluso aprenderme las viejas fórmulas de los brebajes, y hasta de las oraciones paganas y ancestrales. Todo se hacía en común sabiendo cada uno su rol y respetando el de los demás. Y nunca hubo el más mínimo problema entre "la condición femenina y la masculina".
Y de esa manera me crié: absorbiendo como una esponja que cada uno tenía un papel en el clan, independientemente de su género, edad, condición y posición. Las tareas cotidianas eran repartidas, no había distinción entre niños y niñas (como tampoco entre los primos y primas mayores, tíos y tías, y hasta abuelo y abuela). Yo aprendí lo mismo a arreglar un motor que a coserme un botón, lavar los platos, hacer la colada, jugar al futbol o incluso aprenderme las viejas fórmulas de los brebajes, y hasta de las oraciones paganas y ancestrales. Todo se hacía en común sabiendo cada uno su rol y respetando el de los demás. Y nunca hubo el más mínimo problema entre "la condición femenina y la masculina".
Por supuesto, fuera de mi hogar…...las cosas eran diferentes. Las relaciones hombre-mujer distaban mucho de parecerse a lo que habíamos mamado en casa; pero no por ello dejamos de ser nosotros mismos y ser fieles a los principios en los que fuimos educados.
Aún hoy, intento que mis actos conserven la esencia de lo aprendido en mi niñez: la naturaleza es equilibrio, y en el equilibrio está la equidad. Si hay mujeres y hombres es por alguna razón natural, física, biológica o cualesquiera otra, y se complementan y se necesitan en cualquier aspecto de la vida, independientemente de que existan outsiders que vayan por libre.
Todo ello se traduce en mi entorno en el reparto de tareas cotidianas, en el respeto a la diferencia, que no tolerancia, en la comprensión del otro, y hasta en la complicidad emocional, tanto en mi vida profesional como privada. Por supuesto la relación sentimental se torna mucho más satisfactoria en todos los sentidos. Y hasta podría decirse que, gracias a la magia de las antiguas tradiciones de la madre tierra, transmitidas por las mujeres de mi familia, soy un hombre en el que conviven "lo masculino y lo femenino" sin tensión alguna.
El matriarcado en el que yo crecí me aportó unos valores de los que me siento orgulloso y afortunado. No concibo el machismo ni el feminismo. Simplemente fluyo en equilibrio entre dos identidades que, en realidad, es solo una con dos polos. La naturaleza no se equivoca ni valora; han sido y son los propios seres humanos los que han modificado el equilibrio natural de este mundo.
He pretendido, humilde pero orgullosamente, aportar con mi pequeña historia un punto de vista más en el entorno de la reivindicación de la equidad que con tanta fuerza despliega mi queridísima amiga Ana. Espero haberlo conseguido.
Querido Enrique, gracias por este excelente relato que nos muestra la forma en que los seres humanos construimos nuestra identidad de género, sin prejuicios ni paradigmas inequitativos.
ResponderEliminarSon aún muchos los mitos que persisten sobre los roles "masculinos y femeninos" y que entorpecen la armoniosa relación de las parejas, e inhiben el avance social equilibrado que ofrece oportunidades a hombres y mujeres por igual.
La riqueza de sumar dos culturas es igualmente una riqueza que en los días modernos se vive y que igualmente, en ocasiones, no es debidamente valorada.
La mujer siempre se ha distinguido por ser la formadora de valores y tradiciones en sus familias, y cuando se transmiten en un entorno de respeto a la equidad, estos valores representan un plus en la vida de adultos, en beneficio de la convivencia de la pareja.
La aportación masculina a este espacio dedicado a fortalecer la figura femenina, tiene un significado incalculable, y es por eso que me siento muy complacida de contar con tu solidaria aportación.
MUCHAS GRACIAS!
Un artículo interesante porque viene de la parte masculina y comparte su experiencia y punto de vista.
ResponderEliminarEn casa como aún en pocas más, acostumbramos a mis sobrinos a tener las mismas responsabilidades, no a diferenciar; y afortunadamente o desafortunadamente esta carga efectivamente se le delega únicamente a la Mujer por comodidad del marido axcusándose en su trabajo...(Claro hay sus excepciones, sé de 2 padres que son ellos los preocupados y ocupados en educar a sus hijos aún existiendo la madre).
Gracias por compartir este artículo a los dos.
Enrique,
ResponderEliminarInteresante su relato, creo que así deberíamos de ser educados todos, dentro de un equilibrio y equidad, donde no se nos enseñe que por ser hombre no debemos hacer labores domesticas o por ser mujeres no deben saber de autos. Le felicito por darnos una pequeña gran lección de equidad.
Muchas gracias por sus comentarios Fabiola y William/Efectivamente ya se ha sensibilizado mucho el tema/especialmente en esta ultima decada/Lo extraordinaro de esta historia es que ocurrio hace varias decadas, cuando aun en el Reino Unido, y pero aun en nuestras sociedades latinas, no era ni comun ni regular que asi fuera.Creo que lo mas valioso es sin duda el haber cosechado los frutos/ya como adulto/ de esas experiencia matriarcal que formo valores solidos y perdurables.
ResponderEliminarGracias por compartir este tipo de experiencias tan edificantes, seguro que le sirven a alguien.
ResponderEliminarOs comparto la mía: nací en Andalucía de familia andaluza (va a hacer ya 50 años), y también nos educaron en la equidad a las dos niñas y nuestros cuatro hermanos varones. Siempre lo he achacado a ser hija y nieta de mujeres independientes y trabajadoras (pianista y profesora de lengua y literatura, respectivamente), sin ser la mía una familia matriarcal.
En cuanto al feminismo, los que me conocen poco siempre dicen que soy feminista radical, cosa que yo nunca me he considerado, debe ser la impresión que damos la mujeres insumisas, independientes en pensamiento y acción.
Siempre digo, paafraseando a un amigo, que yo soy mestiza porque nací de un hombre y una mujer. Así que en eso estoy muy de acuerdo con Enrique.
Un abrazo
Angeles
Efectivamente la cultura de generos es importante en nuestro rol social, que mas da color nombre o posicion simplemente la enfatizacion de los valores en casa debe tener amplia relevancia. Saludos ! Mary Tapia @la_vaca_mu
ResponderEliminarMuchas gracias Ángeles por compartirnos tu vivencia familiar. Reitero lo que mencioné antes:"La mujer siempre se ha distinguido por ser la formadora de valores y tradiciones en sus familias, y cuando se transmiten en un entorno de respeto a la equidad" por lo que es importante que sean las mismas madres que aún educan hijos varones con privilegios de MACHOS, que dejen de replicar ese modelo que tanto ha hecho a las distintas sociedades.
ResponderEliminarEn hora buena por las mujeres de tu familia, y seguro también para tus hermanos educados de las misma forma que tu.
Eres de mis amigas españolas con quien más me identifico y ahora entiendo porque.
Gracias por tu amistad y por todas esas cosas lindas que hemos compartido por Twitter.
Es apasionante el tema de la transmisión de valores y la importancia de la educación.
ResponderEliminarY es muy cierto que entonces no era nada común en España, lo normal en la mayoría de las familias era cuando el señor papá llegaba (o incluso cuando llegaba algún señor hermano varón), esposa e hijas pasaban a ser sus sirvientas.
Muchísimas gracias por vuestros comentarios. Me afianzan en los principios que recibí de niño y que intento transmitir a todo aquel que quiere escucharme: en el equilibrio está la equidad. Y aún más, en el equilibrio conviven las fuerzas de la naturaleza provocando el movimiento. No avanzaremos jamás si pretendemos obviarnos. La mujer y el hombre existen para avanzar juntos.
ResponderEliminarOs quedo profundamente conmovido por vuestras palabras cariñosas y entrañables.
Muchísimas gracias
Enrique Doongham
El relato está genial, la educación por parte de su madre, lo que debería ser en todos los hogares...pero queda un vacío: ¿qué labor tenía el padre?, ¿qué rol desempeñaba y cómo influía en su hogar? La mujer está claro que siempre se ha ocupado de todo en casa, desde la labores del hogar, la educación de los hijos, (algunas compaginando todo esto con el trabajo fuera de casa), de la economía... en definitiva... ¿de todo? Quizá lo más importante entre los géneros es precisamente que no existan los roles... ,que cada un@ se exprese con libertad, --creo que esto beneficiaría a todos--. Indudable, la familia de Enrique es buen ejemplo para la Sociedad actual, que tan atragantado tiene que la mujer suba como la espuma, ¿a qué le tiene tanto miedo el hombre?
ResponderEliminarFelicidades, Enrique.